Inspiró a varios escritores, arruinó a otros y cambió la vida de las mujeres: la máquina de escribir antes de mudarse al museo

Ahora el uso de computadoras -sobre todo portátiles-, celulares y tablets dejó atrás aquellos años de tecleo ante una hoja de papel. Pero “El siglo de la máquina de escribir” cuenta paso a paso una revolución que todavía es reciente.

Si el siglo XX es el siglo de las guerras y el horror, también es el de las nuevas tecnologías y la velocidad, de las vanguardias y la experimentación artística, y frente a esto, el humano, adaptándose o resistiéndose al cambio, intentando comprender un mundo que muchas veces lo expulsaba y se movía más rápido de lo que podía concebir o registrar. ¿Cómo se narra lo que no puede narrarse? ¿Cómo cambia la experiencia y la escritura cuando aparecen las máquinas?

La relación entre literatura y vida siempre se ha propuesto como un par latente y en tensión, así como la relación entre las prácticas compositivas y los diferentes dispositivos de escritura. Este año, la editorial Ampersand publicó El siglo de la máquina de escribir, del historiador inglés Martyn Lyons, donde el autor se pregunta justamente esto. La respuesta es un texto rigurosamente investigado y un trabajo de archivo ejemplar donde se propone pensar el vínculo tan particular y privado que une, o distancia, a los escritores de sus máquinas.

Lyons, profesor emérito de Historia en la Universidad de Nueva Gales del Sur de Sidney, ya lleva toda una vida pensando y reflexionando en torno a los libros, la escritura y la lectura y este recorrido puede verse a la perfección en sus obras. En este libro, de la mano de una excelente traducción de Sofía Odello, el autor logra construir un vasto repertorio de autores que incluyen a Mark Twain, Henry James, Jack Kerouac, Agatha Christie, Georges Simenon Erle Stanley Gardner, y se nos permite ingresar, por lo menos por un momento, a la escena tan íntima de la escritura para entender los procesos creativos y qué papel jugó la máquina de escribir en todo esto.

Reflexionar sobre los distintos dispositivos parece necesario cuando todo cambia a velocidades tan aceleradas, y emprender un viaje hacia el siglo XIX y XX es una experiencia necesaria para, por qué no, repensar también nuestro tan cambiante y enloquecedor siglo XXI y la relación que hoy construimos con la escritura, los dispositivos y la lectura. De eso se trató la conversación que Lyons mantuvo con Infobae Leamos.

– ¿Por qué eligió hablar de la máquina de escribir y del siglo XX hoy?

– Me interesa la historia de la escritura en su totalidad, creo que cuando las cosas cambian muy rápido, como hoy en día, tendemos a mirar al pasado y lo que perdimos. La máquina de escribir ha sido olvidada en el momento en que la computadora capturó la atención de la gente y monopolizó la conversación. Por eso me parece importante volver a ella. En general, tendemos a dividir la historia de la comunicación y la escritura en tres momentos: los manuscritos, la imprenta y la computadora. Me gusta pensar a los tres en una relación de coexistencia ya que una tecnología no hace que se elimine la anterior por completo. La escritura mecánica no empieza con la computadora, sino que existe la máquina de escribir, que ha cambiado desde temprano la manera en la que escribimos.

– La idea del libro nació cuando fue a un museo y vio una máquina de escribir en exposición.

– Sí, estaba en un museo y vi en exposición una Olivetti Valentine, con la que estoy muy familiarizado porque la usé cuando estaba estudiando, y no podía creer que ese objeto fuera tratado como una pieza antigua. Ahí me di cuenta de que la máquina de escribir tiene una historia propia que contar.

– Usó esa Olivetti en sus años como estudiante y para su tesis doctoral pero en la actualidad usa una computadora, ¿piensa que su propio proceso de escritura cambió cuando comenzó a usarla?

– Con la máquina de escribir siempre existió el problema de la corrección. Era muy difícil corregir los errores y aunque había maneras, eran muy complicadas. Al tipear un texto, uno tenía que hacer un intento por tratar de que ese documento fuera la versión final, equivocarse mucho significaba tener que empezar todo de nuevo. Con la computadora mi escritura cambió porque ese problema está completamente resuelto. Hasta podríamos pensar que nos fuimos para el otro lado, hoy en día nada parece una versión definitiva, podemos cambiar palabras, mover oraciones y párrafos con tanta libertad, que siempre parece que estamos frente a una versión provisoria. Ahora escribo sabiendo que puedo cambiar todo, y creo que tal vez eso me ha vuelto más aventurero en mi escritura, pruebo nuevas cosas para ver si funcionan y si no, las modifico.

– Tomando el título, El siglo de la máquina de escribir, ¿en qué sentido considera que su aparición fue una revolución para el siglo XX?

– Bueno, en realidad es aproximadamente un siglo: elegí el año 1880 como punto de partida, cuando Mark Twain afirmó ser la primera persona en usar una máquina de escribir para escribir Life on the Mississippi. En realidad Twain nunca la usó sino que le dictaba a una mecanógrafa profesional, pero fue el primero en “usarla”, y la fecha que elegí para marcar el fin del siglo de la máquina de escribir es 1968, cuando el escritor inglés Len Deighton escribió su novela Bomber usando un procesador de texto, una IBM absolutamente enorme que no entraba por la puerta. Tuvieron que subirla por una ventana con una grúa, pero fue el primero en probarla.

– Y en ese siglo la “revolución de la oficina” tuvo un papel central, ¿cómo se relaciona con el mundo de la ficción?

– A fines del siglo XIX se generó una gran revolución de la oficina, en gran medida gracias a la máquina de escribir y a otras tecnologías como el dictáfono y la calculadora mecánica. La economía y los negocios crecían con rapidez, así como la mano de obra, que también sufrió una gran transformación: los trabajos en las oficinas estaban relacionados con el mundo masculino, pero a partir de la máquina de escribir, se abrió todo un mundo de posibilidades para las mujeres, conocido como “Revolución de las blusas blancas”. Esto significó progreso y modernidad, y las mujeres estaban al frente de estos cambios.

– ¿Y eso tiene algún vínculo con el mundo literario?

– Una de las ideas que recorre el libro es que el mundo de las oficinas y el de la escritura creativa no están completamente aislados el uno del otro. Por ejemplo, la división de los roles de género solía replicarse en ambas esferas: muchos novelistas hombres dictaban sus textos y eran las mujeres quienes tipeaban. Además, varios autores aprendieron a usar la máquina de escribir en oficinas, Hemingway trabajaba como periodista, T.S. Eliot en un banco, Agatha Christie estudió taquimecanografía y Barbara Taylor Bradford empezó a trabajar a los 19 años como secretaria en un periódico.

– ¿Qué nuevas posibilidades de escritura permitió la máquina de escribir para movimientos como el futurismo?

– Para los futuristas, aunque sea difícil hablar de ellos por su asociación con el facismo italiano, la máquina de escribir representaba la modernidad, la velocidad, dejar atrás la manera tradicional de hacer literatura, por eso se sentían tan atraídos hacia ella, buscaban romper con el pasado y construir algo innovador. Con la máquina de escribir surgieron nuevas maneras de organizar el texto en el espacio de la página, posibilitó el uso de diferentes tipos de letras con varios tamaños, en definitiva, dio lugar a la experimentación.

– Es muy interesante el material de archivo que tomó (cartas, diarios, entrevistas) para analizar la relación que tenían los autores con la escritura, ¿cómo fue trabajar con estos documentos?

– Quería investigar el uso que los autores le dieron a la máquina de escribir, entonces el archivo al que recurrí fue el del trabajo. Tuve que encontrar autores que hablaran sobre su trabajo y la escritura, no todos quieren hablar sobre eso. De Erle Stanley Gardner, por ejemplo, usé la correspondencia con su agente y de Georges Simenon, sus autobiografías. Una vez que se volvían famosos, la prensa jugaba un rol muy importante: las entrevistas donde les preguntaban sobre sus procesos de escritura por ejemplo.

– ¿Y qué encontró?

– Dividí a los escritores en dos grupos: aquellos con una postura más crítica que sentían que la máquina mecánica despersonalizaba la escritura creando una distancia entre ellos y el texto, una suerte de distanciamiento, y los autores que veían en ella una herramienta para explorar la espontaneidad, un estilo más libre y fluido, como Jack Kerouac o Enid Blyton, que en el libro llamé escritores románticos.

– Un capítulo entero está dedicado a Erle Stanley Gardner. ¿Qué fue lo que más le interesó de él?

– Erle Stanley Gardner le dio la bienvenida a todo lo que representó la máquina de escribir, tanto la velocidad como el estigma que venía aparejado con la velocidad. Muchos pensaban que no se podía escribir “literatura de verdad” con una máquina, porque no permitiría la “digestión de las ideas”, pero él adoptó las nuevas formas y se llamó a él mismo “la fábrica de ficción” y comenzó a producir policiales en masa.

– ¿Cómo fue eso?

– Creó en California una suerte de complejo de escritura donde tenía a sus trabajadores viviendo en diferentes partes de la propiedad, llegó a tener hasta 6 o 7 secretarias que tipeaban sus libros y esto le permitió escribir varios libros al mismo tiempo. Además empezó a usar un dictáfono, una máquina de dictado, donde grababa sus novelas para que sus mecanógrafas las tipearan mientras él revisaba algún texto o seguía escribiendo, generando así una producción en cadena, todo gracias a la máquina de escribir, y nunca puso en duda que eso no fuera literatura.

– En todo ese proceso, hay un regreso a la oralidad.

– Sí, gracias a la práctica de dictado. Esto marcó el estilo de escritura de muchos autores, por ejemplo de Henry James. Dictó varias de sus últimas novelas a una mecanógrafa y en ese proceso descubrió que cambiaba su estilo de escritura. La máquina de escribir volvía su escritura más concisa, pero descubrió que al dictar la prosa se volvía más fluida y los textos, más extensos. Esto fue un problema, porque cuando escribís, muchas veces tenés un límite de palabras, y cuando dictaba era muy difícil para él limitarse a esa cantidad.

– En toda su obra hay un interés muy fuerte por la escritura, pero también por la lectura y la figura del lector.

– Claro, investigué y escribí bastante sobre la lectura y los lectores. Me interesa muchísimo. Creo que es muy importante considerar al lector, ir hacia el pasado e investigar qué se publicaba, qué se vendía, pero también pensar en la recepción que tenían los textos y lo que la gente pensaba sobre ellos. Ese material muchas veces es difícil de conseguir, pero debemos hacer un esfuerzo. Es el acto de leer y la relación entre el texto y el lector lo que le da un sentido. ¿Cuál es el sentido de un texto literario sin alguien que lo lea y tenga una reacción, lo digiera, lo critique? Varias lecturas pueden tener varios significados, si pienso en libros que leí hace años y vuelvo a leer ahora, el sentido que le doy es otro, y es por eso que siempre traté de apuntar a una historia de la literatura desde la perspectiva de los lectores.

Quién es Martyl Lions

♦ Nació en 1946.

♦ Está especializado en la Historia del Libro y de la Lectura.

♦ Entre sus libros se cuentan El siglo de la máquina de escribir e Historia de la lectura y de la escritura en el mundo occidental.

Fuente: Infobae

Diario Mendoza Sur

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