Vivió en diez países, puso un bistró en Buenos Aires y practica una religión china prohibida por el comunismo

Una mujer aprieta play en un aparato pequeño que apoya sobre el césped y respira. Lleva los brazos hacia arriba, estira la espalda, tensa el cuerpo y relaja. Vuelve a alzar las manos y las junta a la altura del pecho. Ahora gira las palmas, las enfrenta y deja un espacio en medio como si guardara algo entre sus dedos, algo preciado. Las separa. Son las 5 de la tarde en una plaza de Buenos Aires , el cielo está azul y la mujer vuele a respirar, profundo, tan profundo que bosteza. No está sola, tres jóvenes la copian, siguen sus movimientos, los ejercicios de Falun Dafa, la disciplina espiritual china que busca que las personas asimilen las características más altas del universo: la verdad, la benevolencia y la tolerancia. La mujer está allí como cada miércoles cuando termina su jornada de trabajo en Bao Kitchen, un restaurante de comida oriental ubicado en San Martín al 900, en pleno centro porteño.

Meilin Klemann es la dueña del lugar y seguirle el ritmo no es sencillo. No se trata de su acento o su dicción o la velocidad con la que habla, tampoco de las veces que mecha palabras de otros idiomas o conjuga extraño o ríe en medio de una frase. Meilin no es fácil de seguir por su historia: nació en Brasil de casualidad, en medio de un viaje de trabajo de su padre alemán empleado de un laboratorio y su madre china criada en Taiwán. Al año, en 1977, se mudó a la Argentina, después a Perú, a Corea del Sur, a Taiwán, a Alemania. Allí se quedó. Terminó el secundario y se fue a Escocia para estudiar Nutrición. A Londres para hacer una maestría en Salud Pública. En la capital inglesa conoció a un hombre francés y se enamoró. Ella tenía 24 años y lucía como hoy: el pelo entre castaño y negro, lacio como la lluvia, la piel clara, los ojos oscuros, la figura alta, espigada, fresca; él era un médico que trabajaba por el mundo. Por amor volvió a rodar: se instaló en Pakistán, en Francia, en Berlín, en Camboya, en Indonesia. Tiempo después, en 2008 y ya con dos hijas de 4 y 2 años, se separó: viajó con las nenas a Taiwán y él partió hacia Bangkok.

Cuando recuerda aquella época Meilin asegura haber sentido la angustia más densa. Reconocía tener una vida que podía parecer envidiable pero no le bastaba. «Cuento mi vida y parece una película, ¿no? Pero no estaba satisfecha, no encontraba mi lugar. Tenía todo lo que necesitaba, podía hacer lo que quería pero me faltaba algo dentro», admite en diálogo con LA NACION.

Un libro azul

Entonces apareció Falun Dafa. Fue casualidad. Pese a que su madre (quien se había instalado en la Argentina) hacía años que practicaba esta disciplina espiritual, Meilin dice que no pudo conectarse hasta el momento en que del jardín taiwanés al que mandaba a sus hijas la llamaron para participar de un acto escolar. Entabló relación con las madres de las demás alumnas, vio que todas eran practicantes y se convenció de leer un libro, el libro. Así entró. Así deben hacerlo todos aquellos que quieran formar parte.

Zhuan Falun tiene la tapa azul con letras doradas y en sus más de 400 páginas recopila las lecciones de Li Hongzhi, un chino de 67 años quien creó Falun Dafa en 1992, que vive en Nueva York y que asegura que para comprender el libro hay que leerlo tres veces.

«La primera vez uno no tiene que analizar. Debe leerlo hasta el final aunque no entienda. Eso ya te cambia, algo empieza a trabajar. Después de tres veces la mayoría comprende lo que sucede y si no, es porque no es para ti», afirma Meilin.

Falun Dafa tiene la misión titánica de restituir la moral del mundo. Convencer a la gente de que es tiempo de hacer el bien, de que el mal que hacemos vuelve. Así justifica la injusticia. Postula que el amor es entre hombre y mujer, que el alcohol y las drogas malogran el alma, que el divorcio no está bien, que la reencarnación existe, que no hay que comer carnes crudas, que no hay que tener relaciones sexuales antes del matrimonio y sin embargo asegura que no excluye a nadie, que todos son bienvenidos y que cuando comienzan a interiorizarse adoptan lo que según Falun Dafa está bien y dejan lo que según Falun Dafa está mal.

Como una de las tantas ramas del budismo, doctrina filosófica de la India, cree que hay que transformar la energía para abandonar los apegos, cultivar la mente y el cuerpo, y alcanzar la perfección al dar a cada cuestión la centralidad que merece. «No tengo angustias. Se fueron. Estoy liviana. Una vez que arrancas con Falun Dafa empiezas a ver muchos cambios en ti. Te sientes mejor. Entiendes cómo se maneja el mundo. Cómo ser una buena persona. Debes mirarte a ti mismo para superarte. La comodidad, el trabajo, el dinero los puedes tener, pero no hacer lo que fuere para conseguirlos».

Los ejercicios que se practican en la plaza son centrales para «cultivarse» y se hacen al aire libre, de forma gratuita, para ayudar al que quiera «despertar». Ideados por el maestro Hongzhi, buscan crear desde dentro energía positiva, sacar afuera las tensiones, equilibrar el organismo y alcanzar la armonía. Meilin, que tras dejar Taiwán vivió otros años en Alemania y luego volvió a la Argentina, no los hace a diario pero reconoce que cuando sí todo se encauza. Incluso su misión en la vida. Porque eso es, según ella, otra de las cosas que Falun Dafa ayuda a comprender.

La suya la tiene clara: contar su verdad.

Mala palabra

En China Falun Dafa está prohibido. El Partido Comunista, que llegó al poder en 1949 con Mao Zedong como líder, buscó imponer la idea del hombre nuevo para arrancar de la sociedad y de una vez todo lo que tuviera que ver con la tradición imperial, incluso sus religiones. Cuando Falun Dafa comenzó a mostrar su masividad en las calles (en 1998 había cerca de 70 millones de practicantes), el partido se preocupó, lo leyó como una amenaza y lanzó una campaña en su contra.

Meilin dice que el gobierno empezó a difundir que se trataba de una secta maligna, que apoyaba los suicidios en masa y la violencia. Dice que como la mala propaganda no funcionó comenzó la dura, las torturas, los encierros. También cuenta que se secuestraron a miles de practicantes que fueron encerrados en centros clandestinos para su conversión: los golpearon hasta que dejaron de decir que Falun Dafa era bueno. Meilin dice que a los que no los molieron a golpes les hicieron algo peor: los aislaron, les tomaron pruebas de sangre y los archivaron como materia prima para, según ella, el mayor negocio del financiamiento del partido hoy, el tráfico de órganos. Meilin porfía que la trama es macabra, que los turistas llegan al país para comprar órganos y trasplantarse en días, que pagan miles de dólares, que en 1999, cuando comenzó la persecución, se trasplantaban tres mil órganos por año y que ahora esa suma alcanza los cien mil.

El profesor de historia David Ownby, autor de Falun Dafa y el futuro de China, también admite la persecución. «Lo peor que hizo el partido fueron los arrestos, las torturas, y la extracción de órganos, algo que probablemente sea cierto pero no en las cifras que se denuncian», señala a LA NACION.

Pero otros piensan lo que piensa Meilin. En 2005 The New York Times publicó una nota sobre detenciones de practicantes sin juicio previo, en 2013 el Parlamento Europeo solicitó a China terminar con el asedio a Falun Dafa y a liberar a los detenidos, cuatro años después el cirujano Enver Tothi admitió ante el congreso de Irlanda haber formado parte del sistema de sustracción de órganos: «Pensaba que estaba cumpliendo con mi tarea de eliminar al enemigo del Estado».

Misión

Por confesiones como esas Meilin hace lo que hace, convencida. A sus 41 años, es parte clave de la organización Falun Dafa en la Argentina, que tiene grupos hermanos en otros 70 países. Su madre fue quien fundó el espacio en 2001 y ahora lo preside. Son cerca de 80 personas que sin cobrar un peso salen a las plazas a mostrar que Falun Dafa es bueno, que se juntan en la puerta de la embajada china para denunciar las atrocidades del partido, que planean exposiciones, charlas, que ayudan en la difusión del diario La Gran Época, que organizan la visita de Shen Yun, una compañía de arte y baile fundada en 2007 que relata leyendas, revive la cultura milenaria china, que denuncia la violencia, que está íntegramente compuesta por practicantes como ella y que en marzo de este año se presentó en Buenos Aires.

«Yo sé que si empiezas con Falun Dafa será lo mejor para ti. A mí me mostró mi misión en la vida: estoy aquí para cultivarme, para entender. Debo mejorar mi espíritu hasta alcanzar el paraíso y dejar de reencarnar. Pero al mismo tiempo tengo que terminar con la persecución. Esta es mi fe, mi creencia, mi religión».

 

Fuente:www.lanación.com

 

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