Coronavirus y geriátricos: la experiencia francesa de levantar restricciones desnuda un mundo de dolor

Para su primera visita autorizada en más de seis semanas a su madre de 80 años, Sabrina Deliry preparó una selección de canciones favoritas de ambas, entre ellas «La Vie en Rose» de Edith Piaf.

Más tarde, en el hogar de ancianos de París donde la madre viene agonizando en la soledad de su habitación, sintiéndose prisionera y desgraciada sin el sol en sus mejillas, la brisa en el pelo y los tiernos abrazos de su hija, escucharon juntas al gorrión francés.

Con la madre y la hija obligadas a sentarse a un metro de distancia, imposibilitadas de abrazarse o mimarse durante la visita de media hora en el pequeño jardín vallado del hogar, las palabras sonaban como una broma cruel.

¿Cuándo podría volver a tomar en brazos Sabrina a Patricia, su madre? Nadie puede decirlo con certeza. Probablemente no muy pronto.

Incluso antes de que muchas actividades vuelvan a la vida y los patios de las escuelas entren en movimiento, Francia empezó a permitir visitas fuertemente reguladas a las residencias de ancianos esta semana, lo que significó quebrar un estricto bloqueo total de visitas que, pese a todo, no había logrado evitar una oleada continua de muertes por coronavirus entre los residentes de los hogares de ancianos.

Para algunos, ver a sus padres de nuevo significó alegría y alivio.

«Sé lo importante que es para ella», dijo Christopher Cronenberger después de ver a su madre de 87 años, Germaine, con una mesa ancha y una cinta plástica roja y blanca entre ambos.

«Tenemos el teléfono y mi madre sigue lúcida. Hablamos todos los días. Yo sabía que todo estaba bien, pero el contacto visual es mejor», afirmó.

Pero para otros, las visitas resultan agridulces: mejor que nada, pero ni cerca de ser lo necesario. Al fin y al cabo, ¿cómo es posible que unos minutos, sentados con máscaras faciales, frente a frente en una mesa, compensen tantos días de separación?

Pocos minutos después de haberse despedido con besos al aire y que la madre volviera sola a la habitación en su silla de ruedas motorizada, saludando una última vez con la mano, Sabrina y Patricia se hablaron por teléfono.

«Impedir que veamos a nuestros hijos es un crimen», dijo Patricia. «Esperan a que muramos para enviarnos a nuestros hijos».

La visita, comentó, «me hace querer vivir de nuevo».

Pero la próxima puede no llegar suficientemente pronto.

«Estamos en una cárcel», dijo la anciana.

Qué hicieron otros países
Cuando el virus empezó a correr por Europa, los países más afectados —Italia, España, Gran Bretaña, Francia— prohibieron las visitas a las residencias de ancianos para proteger a los mayores, que son particularmente vulnerables al coronavirus. Desde Bélgica hasta Turquía, varios otros países hicieron lo mismo.

Si bien para muchos el virus causa síntomas de leves a moderados, puede desencadenar una enfermedad mucho más grave en las personas mayores y en las que tienen problemas de salud. Los asilos de ancianos han sido duramente afectados en todo el mundo, incluso en Argentina, donde el virus tardó un poco más en llegar.

En Francia, más de un tercio de las más de 21.300 muertes registradas se han producido en hogares de ancianos.

El impacto emocional de aislar residencias y asilos ha sido inmenso y en gran parte no expresado porque el sufrimiento tuvo lugar tras las herméticas puertas de los geriátricos. En cuanto a las familias de los residentes, las únicas noticias que tuvieron algunos por parte de la administración fueron con cuentagotas y en forma de actualizaciones escritas por los directores de los hogares.

Ahora que han vuelto a permitirse las visitas empieza a surgir una imagen más completa de la agonía.

El presidente francés Emmanuel Macron ha estado al corriente todo el tiempo. En marzo lideró la campaña para bloquear las residencias de mayores antes que el resto del país, pidiendo públicamente que la gente dejara de visitar a sus parientes ancianos antes de decretar el cierre nacional a partir del 17 de marzo en Francia.

Esta semana, Macron volvió a tuitear una dolorosa entrevista con una residente de un asilo de ancianos de 96 años, Jeanne Pault, que se quejaba con lágrimas en los ojos de estar atrapada en su habitación, privada de las visitas diarias que solía recibir de su marido y su familia.

«Estoy encerrada aquí todo el día. Esto no es vida», declaró. «Mi vecino no tiene el virus. Yo tampoco. Podríamos vernos de vez en cuando, charlar un poco.»

En su tuit, Macron escribió: «Señora, su dolor nos abruma a todos. Para usted, para todos nuestros ancianos en casas de retiro y establecimientos similares, las visitas de los seres queridos ahora están permitidas. Siempre con una prioridad: protegerlos a usted y a los demás».

Pero entre las familias aumenta la rabia por el número de muertos. Algunas están presentando denuncias legales en las que acusan a los geriátricos de negligencia y de poner vidas en peligro.

Sabrina está entre quienes creen que los asilos no fueron cerrados para proteger a los residentes sino para evitar que las familias supieran lo que estaba pasando dentro.

«Me enferma», dijo. «Son nuestros padres los que están detrás de esas paredes, mi madre, nuestros padres. No hay derecho a privarnos de ellos de esa manera».

Le preocupa que Patricia, peluquera jubilada que sufrió un derrame cerebral, se vea aún más disminuida físicamente debido a las semanas que ha estado confinada en su habitación.

«Voy a pelear», le prometió a su madre en la llamada telefónica luego de la reunión. «Para decirlo sin rodeos, sólo tenés dos opciones: o te morís de COVID o terminás como un vegetal.»

 

Fuente: clarín.com

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